Marcelo Ortega, periodista

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lunes, agosto 31

SANTUARIO: POLITKOVSKAYA Y LA CONCIENCIA

Para reconciliarme de la mala conciencia que asuela a la profesión leo durante esta semana algunos artículos de Anna Politkovskaya, la periodista rusa asesinada hace casi tres años, y cuyos parientes luchan ahora por reabrir el caso y buscar culpables en estamentos sacrosantos. Más duro que leer lo que escribía esta mujer es pensar en que muchos testimonios de abuso y muerte a cargo de un Estado y sus cómplices no cuentan con la entrega de una profesional como ella, hasta el punto de que perdió la vida por hacer su trabajo. Decía Politkovskaya con pesar que llevaba varias muertes sobre su conciencia, personas de Chechenia que habían hablado con ella, contando su historia, y por eso mismo habían sido asesinadas a renglón seguido. La periodista rusa no encontraba palabras para explicar lo que pesaban sobre ella esas muertes, aunque quizá en secreto se consolaba sabiendo que su destino era caer también bajo las balas de los asesinos. Más que esa sola culpa, a esta mujer le aterraba la indiferencia de la sociedad occidental para con sus desmanes, y eso nos toca a todos, por muchos kilómetros que disten de aquí a Moscú. La historia de esta periodista valiente asesinada me sirve al menos para querer más el oficio, aunque alguien diga con razón que nuestra tarea poco tiene que ver con meterse bajo la mirilla de los soldados para denunciar su silenciosa labor de exterminio. Sí, vivimos en una sociedad donde poner un micrófono no es sinónimo de jugársela, pero no está de más trabajar teniendo en mente que la barbarie no queda tan lejos. Aunque aquí este trabajo parezca frívolo, mediocre o banal. Ocurre lo mismo con trabajos como la política o los sindicatos, peligrosas tareas que se pagan con la muerte en la mayor parte del mundo, y que en esta parte occidental se han insertado en la nómina de la normalización. Contemplando la última imagen con vida de Politkovskaya, no sé si es un avance. A sus 48 años, su gesto era de desencanto y resignación ante un difícil futuro de paz para su país, y las canas le habían barrido cualquier asomo de juventud. Muchas víctimas de su país y su ejército ni siquiera podían tener canas. Les habían arrancado el pelo a jirones.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/8/2009